viernes, 25 de enero de 2019

Quien se mueve, se estrella



Lo que mató a Miguel entró muy campante por el patio de su casa. Fue un solo proyectil que alcanzó su garganta y acabó con su vida llena de presagios. Ese día, se quedó mirando desde su casa aquellas edificaciones que se elevan allá, sobre la Loma de la Cruz. En especial miró con detenimiento aquella de cuatro pisos que siempre cuestionó por tratarse de un terreno inestable, y como si fuera poco, llegó a decir que desde allí vendría la causa de su muerte, según él, era cuestión de ilaciones, cosa que en esos días me parecía trivial.

Él era un hombre valiente, curtido en las adversidades, pero era también hombre vencido. Pero ese día, todo parecía haber cambiado para él. Quiero decir que Miguel esa mañana se levantó temprano, y después de bañarse, se dejó los pantalones a medio abotonar y con la toalla sobre sus hombros, salió al corredor y se quedó allí en silencio peinando su lacia cabellera. Después lo escuché silbando. En eso estaba cuando sonó una detonación. Fue cuando se quedó mirando hacia el cerro, mientras atornillaba la toalla sostenida por su nuca. Durante unos segundos no se oyó el más mínimo ruido. El tiempo pasó despacio como queriendo asegurarse de que estaba muerto. Desde mi pieza, comencé a impacientarme. Asomé la cabeza por la ventana: mi curiosidad había vencido al temor: era un proyectil que desde la casa de cuatro pisos entró silbando. Eso que el informe policial llamó «objeto contundente», fue una piedra que lo impactó en su afilada nuez de Adán y que cayó a su lado partida en dos.
©Guillermo A. Castillo

viernes, 18 de enero de 2019

El susurro del viento

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Estaba dormido. Me despertó un sonido producido por las invisibles manos del viento al empujar un vidrio suelto de mi ventana. Es inexplicable, para mis sentidos es un sonido acariciador que produce el viento en un intento por hacer a un lado la espesa cortina de aquella metálica abertura, pero, en su prudencia, no entrará si la ventana sigue ajustada. Me acomodo, no haré nada por evitarlo, ni cuando un día tenga que direccionar mis velas en pos de un supuesto destino. Ese sonido, es una armonía que llena todos mis sentidos. Solo escucho. Si hay un fenómeno de la naturaleza que cambia mi ánimo, ese prodigio es el viento. Es difícil para mí explicar por qué, pero al igual que el sol aviva el espíritu y la lluvia lo ensombrece, el viento me hace más liviano de espíritu. O será porque hay algo de nostalgia en el sonido del cristal suelto.

En esta asoleada tarde del sábado, estando a solas, lo único que quiero escuchar, es el vibrar sonoro del cristal desprendido. Entonces es cuando vienen a mí las palabras de Jim Morrinson: La soledad es escuchar al viento y no poder contarlo a nadie. Y en este afán de dejar el registro de lo que ahora me conmueve, es preciso agregar lo que alguien más dijo: Escribir es hablar de un viento del que no recordamos su sonido.

El sonido producido por el viento y el cristal, son un solo susurro reconfortante en mis oídos. Ojalá cada quien tuviera ruidos predilectos que escuchar: ondas sonoras que lo hagan vibrar de energía y de vida, o sentirse tranquilo y sosegado, como yo, en esta tarde soleada de enero.

Si la brisa matinal tiene secretos que contarte, no vuelvas a dormir. Pero si es la brisa suave de una tarde, guarda quietud y sabrás que toda respuesta que buscas las tiene el viento. La mía, llegó iniciada por el replicar de un vidrio suelto de mi ventana.
©Guillermo A. Castillo

viernes, 11 de enero de 2019

La famosa pulcritud



—¡Hermanos, —prorrumpió, el padre Orestes—, el profeta Isaías nos habla de que por el “Camino de la Santidad, el inmundo no pasará”…

—¡Nada como estar limpio para evitar ser motivo de ofensa! —Le comentó en voz baja una mujer a otra que permanecía a su lado.

En esa prueba sólida de fe estaba recapacitando Anselmo, cuando advirtió que las hermanas Domínguez estaban codeándose entre murmuraciones y risitas.

—Toda vasija de barro dentro de la cual cayere algo será inmunda, así como todo lo que estuviere en ella… —Agregó el sacerdote desde altar del sahumerio.

Cuando Anselmo quiso llamar la atención de las mujeres; se quedó de una sola pieza al ver, que a una de las señoritas Domínguez, le crepitaban las liendres y los piojos dando la impresión de que jugaban a las escondidas entre los encajes y pliegues de su largo vestido oscuro.

©Guillermo A. Castillo

Historia



Hoy es un día común y corriente, nada importante reportan. Solo escribo que cuando teníamos deseos de encontrarnos nuestros besos eran una forma de diálogo, aunque no encontrábamos las razones de tu olor y el mío, cuando las moscas con obscenidad sobrevolaban nuestro lecho. Después nos refugiábamos en aquel viejo bar y con alguna que otra balada nos identifiquemos por nuestras formas de ser.

…vas acordarte de mí, de mis dudas, de mis bromas, de mi manera de ser…

Quiero encontrarte ahora, cuando la tarde se apague y se encienda la noche. Así tengas que despedirte con un beso con la condición de que me duré hasta tu regreso. ¡Oh, sí! recuerdo que no habías dado el primer paso cuando te regresabas para colgarte de mis hombros y preguntarme:

—You are happy?

Y yo, mirándote a los ojos te respondía diciéndote que era difícil serlo, pero que aprendía a tu lado.

(Aprendí que el más difícil no es el primer beso sino el último)

©Guillermo A. Castillo.

domingo, 6 de enero de 2019

Reseña

     



   Debo confesar que compré el "Libro del tedio" de José Ardila con el propósito de conocer principalmente la calidad de su diseño y de su diagramación. Mi interés en estos y otros aspectos relacionados con la edición de un libro, tiene su explicación en mi interés por saber más de libros, ahora que busco la posibilidad de editar mi primer libro de cuentos.
     Pero no todo podía quedarme con el simple hecho de formarme una opinión del libro objeto, como lector y como escritor (palabra que cuando la escucho me deja perplejo), tenía que ejercer no solo el derecho a hojearlo en cualquier sitio donde me encontrara, a decir de Pennac, sino adentrarme en las historias narradas y en la cotidianidad de los personajes de los cuentos contenidos en el libro del escritor antioqueño, cuya pinta descuidada, de por sí podría hacer quedar mal a sus Josés y a sus Anas, según la foto que acompaña una entrevista suya concedida a un diario de esa región colombiana.  
     Del título la palabra tedio es ambigua, porque al empezar a leer, tiene uno la impresión que todos esos personajes arrastran una vida tediosa como si estuvieran siempre sentados y abatidos por insospechadas circunstancias en una sala de espera todo el tiempo. Sin embargo, en ese bestiario de aburrimiento, como está catalogado el libro de Arcila, cada personaje tiene sus rasgos propios, sus asuntos por resolver, así se encuentren en situaciones apremiantes, donde lo paradójico, y en eso estamos de acuerdo con la crítica especializada, se revierten con la exageración, el sentido del humor provinciano y el sarcasmo que también nos dice algo, tal vez me equivoque, del autor quien afirma ser alguien muy aburrido.
     Si eso es cierto, considero que los cuentos desmienten al autor cuando afirma que él no le pasa nada en la realidad de su mundo. En últimas no hay conversación más tediosa con un libro o con una amante, que no diga ni se queje de nada. Como lector, me fue imposible evitar la conexión entre el tedio y el deseo del caos, porque la vida nos obliga a parirnos a sí mismos una y otra vez.

Editorial: Angosta (2017)páginas: 193
Materia: Literatura colombiana
ISBN: 978-958-56284-5-8
Encuadernación: Rústica



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sábado, 5 de enero de 2019

Gozo del raro privilegio de estar aquí, en esta antología 2019

Revista de minificción Brevilla

       Borrasca

Quería huir, pero estaba atrapada. Quería irme lejos, a regiones donde las hojas tiemblan sobre el marjal de los sueños que lo inundan todo. Esa voz me decía «Por muy lejos que te vayas, nunca conseguirás huir de ti misma». Y era verdad, porque era parte de un juego que tenía de aventurado el enfrentarme al enigma de ser yo misma. Ese misterio, como en el sueño de la mujer del pescador, estaba contenido en un fuego que me rodeaba toda, cuánto estremecimiento comprometido.
Deseada escapar, pero quería estar bajo ese influjo suyo en cada nuevo sueño o, en la continuación del mismo sueño. Abría los ojos y ya estaba pensando en ella. Y así los cerrara, su voz venía tardía y lejana, aunque, sin darme cuenta, siempre estuvo ahí detrás. Todo era inútil. A veces me descubría dibujándola en un papel. Estaba en eso, cuando me dijo por fin «Tómame, y encuentra de una buena vez el sentido de perder el miedo a quien por incongruencia tuya te quiere seducir».
Empecé por el principio, por la primera palabra de mis ocultas sensaciones o por el bosquejo de mis alucinaciones. Era ella la que me soñaba y me tenía entre sus tentáculos.


Muchas gracias Lilian Alphick, gracias Revista Brevilla.



martes, 1 de enero de 2019

Ensayo sobre "La eternidad del instante"


 por Arley Betancourt Martínez

RESUMEN

En este ensayo, el libro “La eternidad del instante” se presentó bajo la consideración de ser la minificción, una propuesta literaria contundente, y como género, el más apropiado en la nueva estética posmoderna, pues las obras literarias dejaron de ser los vastos lienzos de la novelística del siglo XIX, donde se pretendió abarcar toda la realidad humana. Por consiguiente en el libro están presentes las voces de la calle, los ídolos populares, el asombro ante la cotidianidad, la actitud del hombre viejo sentado en el tiempo, los asesinos se contradicen, los hombres deben responder en la eternidad por morirse a pesar de las ordenanzas que lo prohíben. Además, saltan el humor y el asombro elevados a la categoría de protagonistas y fulguran también ciudades y encuentros imposibles. En “La eternidad del instante”, cabe todo el mundo, hasta un grano de arena se contempla como el universo.

PALABRAS CLAVES: microrrelatos, eternidad del instante, ensayo, presentación, edición.

Lo primero que se resalta en “La eternidad del instante” es la economía del lenguaje, donde cada palabra nos impresiona con su fuego sagrado. Cada línea es el surco donde la palabra debe germinar como una buena semilla, donde las palabras ganan en eficacia y en intensidad. A Borges le preguntaron la razón por la cual no escribía novelas, y manifestó que estas obras se escriben sucesivamente y que esas sucesiones se van organizando en la mente del autor y del lector. También argumentó que Rudyard Kipling y Henry James elaboraron cuentos pletóricos de complejidades humanas, como las más sublimes novelas. Asimismo sentenció que el cuento es más antiguo que la novela y hasta sugirió que podría llegar el día en que a un escritor nadie le pregunte por qué no escribe novelas, así como a ningún autor le preguntan en la actualidad por qué no escribe epopeyas.
Aunque para algunos el minicuento es un subgénero narrativo, es innegable su fuerza y suficiencia narrativa, realzadas por la concisión y la intensidad expresiva. Tampoco se puede soslayar que incorpora otras formas literarias como el aforismo, la poesía, el ensayo, la crónica, y hasta otros géneros como el cortometraje y el periodismo. Algunos lo ven como la propuesta literaria más contundente, como el género más apropiado de la nueva estética posmodernista, en una época en la cual las obras literarias ya no pueden ser vistas como los vastos lienzos de las grandes novelas del siglo XIX, con su pretensión de abarcar toda la realidad humana, o como los textos del siglo XX tan presurosos en entregarnos el incesante fluir de la conciencia de los hombres. Sofocados por esas dilatadas totalidades, ahora sólo podemos precisar un relámpago que nos ilumine un instante, en el cual podamos percibir también toda nuestra existencia social y espiritual.
Están en “La eternidad del instante”, la voz de la calle, los ídolos populares, el asombro ante la cotidianidad, con la actitud de un hombre viejo sentado en el tiempo, donde no sólo envejecen las cosas, sino también los hombres, donde han envejecido sus historias pero también sus recuerdos. Hay asesinos que se contradicen, hombres que deben responder en la eternidad porque violaron el decreto municipal que impedía morirse, pues no había cementerio municipal. En una escena del crimen, por ejemplo, un equipo de limpieza intenta borrar una y otra vez las huellas dejadas en el alma del muerto, e inquirir cuál de los tres balazos cortó de un tajo la historia de una ranchera en una cantina.
Pero los verdaderos protagonistas de estas historias son el asombro y la emoción, como esa tarde, nos recuerda el autor, que “temblé como un beso ante el rojo vivo de sus labios.” El asombro implica alejarnos de los caminos trillados de lo evidente, donde la soledad también puede ser un pasatiempo, o el viejo loco que se inventa una historia de que es Armstrong, como el fantasma que quiere huir de la soledad y está intimidado por la presencia ululante de otros fantasmas, donde no sólo se seca el amor, sino también los ríos, donde un departamento se convierte en un océano de arcilla y los ríos secos son carreteras, donde hay un hombre al que resecaron la sed y el calor.
En estas páginas saltan a la realidad malandros con mirada vidriosa, las flores que se estremecen ante el puntual escupitajo. Donde siempre amanece y esa es la única posesión de los pobres. Como nos lo recordó alguien: lo extraordinario no es que deje de salir el sol, sino que salga todos los días. Como decía Marcel Proust: “El único verdadero viaje de descubrimiento consiste no en buscar nuevos paisajes, sino en mirar con nuevos ojos”.

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