por Arley Betancourt Martínez
RESUMEN
En este ensayo, el libro “La eternidad
del instante” se presentó bajo la consideración de ser la minificción, una
propuesta literaria contundente, y como género, el más apropiado en la nueva
estética posmoderna, pues las obras literarias dejaron de ser los vastos
lienzos de la novelística del siglo XIX, donde se pretendió abarcar toda la
realidad humana. Por consiguiente en el libro están presentes las voces de la
calle, los ídolos populares, el asombro ante la cotidianidad, la actitud del hombre
viejo sentado en el tiempo, los asesinos se contradicen, los hombres deben
responder en la eternidad por morirse a pesar de las ordenanzas que lo
prohíben. Además, saltan el humor y el asombro elevados a la categoría de
protagonistas y fulguran también ciudades y encuentros imposibles. En “La
eternidad del instante”, cabe todo el mundo, hasta un grano de arena se
contempla como el universo.
PALABRAS CLAVES: microrrelatos,
eternidad del instante, ensayo, presentación, edición.
Lo primero que se resalta en “La
eternidad del instante” es la economía del lenguaje, donde cada palabra nos
impresiona con su fuego sagrado. Cada línea es el surco donde la palabra debe
germinar como una buena semilla, donde las palabras ganan en eficacia y en
intensidad. A Borges le preguntaron la razón por la cual no escribía novelas, y
manifestó que estas obras se escriben sucesivamente y que esas sucesiones se
van organizando en la mente del autor y del lector. También argumentó que
Rudyard Kipling y Henry James elaboraron cuentos pletóricos de complejidades
humanas, como las más sublimes novelas. Asimismo sentenció que el cuento es más
antiguo que la novela y hasta sugirió que podría llegar el día en que a un
escritor nadie le pregunte por qué no escribe novelas, así como a ningún autor
le preguntan en la actualidad por qué no escribe epopeyas.
Aunque para algunos el minicuento es un
subgénero narrativo, es innegable su fuerza y suficiencia narrativa, realzadas
por la concisión y la intensidad expresiva. Tampoco se puede soslayar que
incorpora otras formas literarias como el aforismo, la poesía, el ensayo, la
crónica, y hasta otros géneros como el cortometraje y el periodismo. Algunos lo
ven como la propuesta literaria más contundente, como el género más apropiado
de la nueva estética posmodernista, en una época en la cual las obras
literarias ya no pueden ser vistas como los vastos lienzos de las grandes
novelas del siglo XIX, con su pretensión de abarcar toda la realidad humana, o
como los textos del siglo XX tan presurosos en entregarnos el incesante fluir
de la conciencia de los hombres. Sofocados por esas dilatadas totalidades,
ahora sólo podemos precisar un relámpago que nos ilumine un instante, en el cual
podamos percibir también toda nuestra existencia social y espiritual.
Están en “La eternidad del instante”, la
voz de la calle, los ídolos populares, el asombro ante la cotidianidad, con la
actitud de un hombre viejo sentado en el tiempo, donde no sólo envejecen las
cosas, sino también los hombres, donde han envejecido sus historias pero
también sus recuerdos. Hay asesinos que se contradicen, hombres que deben
responder en la eternidad porque violaron el decreto municipal que impedía
morirse, pues no había cementerio municipal. En una escena del crimen, por
ejemplo, un equipo de limpieza intenta borrar una y otra vez las huellas
dejadas en el alma del muerto, e inquirir cuál de los tres balazos cortó de un
tajo la historia de una ranchera en una cantina.
Pero los verdaderos protagonistas de
estas historias son el asombro y la emoción, como esa tarde, nos recuerda el
autor, que “temblé como un beso ante el rojo vivo de sus labios.” El asombro
implica alejarnos de los caminos trillados de lo evidente, donde la soledad
también puede ser un pasatiempo, o el viejo loco que se inventa una historia de
que es Armstrong, como el fantasma que quiere huir de la soledad y está
intimidado por la presencia ululante de otros fantasmas, donde no sólo se seca
el amor, sino también los ríos, donde un departamento se convierte en un océano
de arcilla y los ríos secos son carreteras, donde hay un hombre al que
resecaron la sed y el calor.
En estas páginas saltan a la realidad
malandros con mirada vidriosa, las flores que se estremecen ante el puntual
escupitajo. Donde siempre amanece y esa es la única posesión de los pobres. Como
nos lo recordó alguien: lo extraordinario no es que deje de salir el sol, sino
que salga todos los días. Como decía Marcel Proust: “El único verdadero viaje
de descubrimiento consiste no en buscar nuevos paisajes, sino en mirar con
nuevos ojos”.