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Esta mañana los ojos de Julio Roberto
escanean el entorno moviendo cada ojo por separado del otro, mira hacia arriba
y hacia abajo, hacia adelante y hacia atrás simultáneamente. Algo busca, pero solo
cuando localice lo que necesita focalizará ambos ojos sobre el objeto de su
atención.
Julio Roberto aprieta el tubo de crema, y esta, cae sobre su cepillo dental que sostiene como si se tratara de una cuchara. Terminado el cepillado, une las palmas de sus manos y humecta su rostro. El jabón líquido entra en las torretas cónicas y se desliza por todos los ángulos hasta que la irritación le obliga a lanzar una blasfemia. En su desazón coloca la cabeza bajo el chorro, buscando que con la espuma, el ardor se diluya en el agua fría.
Reitera el procedimiento cada mañana desde que, en un ataque de furia, mató a su hermano gemelo. El sentimiento de culpa y su sentido de pulcritud le obligan a causarse daño de forma habitual, una labor más como si se tratara de tomarse un café cerrero o cortarse cada dos días la incipiente barba o las uñas. En todo caso su diario dice que el lunes se arrancó una uña del pie haciendo palanca con una lima metálica. El martes se cortó una mejilla al afeitarse. El miércoles se puso unos zapatos más pequeños al revés y caminó hasta que se le ampollaron sus pulgares. El jueves arrojó un manojo de tachuelas entre los tendidos de su cama y se durmió pensando en su hermano. El viernes hirvió agua, le agregó sulfato de magnesio y tras vaciarla en un platón, metió la mano para simular después una quemadura de segundo grado. El sábado dio una patada a la pared con el dedo sin uña y vio una constelación de estrellas. El domingo, descansó.©Guillermo A. Castillo.